

La historia de la humanidad recoge como parte de nuestras tradiciones, la conmemoración de ciertos acontecimientos, que en realidad por su significado deberían constituir hechos cotidianos especiales.
Tal como sucede durante la celebración del Día de las Madres, ese que estamos obligados a honrar a cada segundo de nuestra existencia.
El Día de Acción de
Gracias, el que debemos festejar mientras respiremos aliento de vida.
O, el Día de San Valentín, amando a la pareja conyugal, al hermano, al amigo, a la vida, a los que la vivimos, a
aquellos que la vivieron y hoy no están,
a la patria y su libertad.
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Esencialmente a la mujer debemos la vida, entonces. ¿Porqué esperar por un 8 de Marzo como su Día Internacional para ofrendarle digno reconocimiento por tan suprema virtud ?.
Un 23 de marzo del año 1966 ocurrió el nacimiento de un bebé, Ernesto Borges Pérez.
Papá y mamá guiaban a su pequeñito con ternura y amor.

A ese niño de gran inteligencia, que se convirtió en un profesional capacitado en el ejercicio de su propio intelecto, al que papá y mamá continúan guiando llevado de su manito, a pesar de la distancia física que mamá ya no puede superar por sufrir fragilidad en su salud.
Mientras papá está escalando montañas de ideas que fructifican, quebrando obstáculos sediciosos, llevando consigo la constancia y tenacidad del amor a su pequeño, ese que a través de sus llamadas telefónicas desde el enclaustramiento político militar cubano, o mediante las visitas mensuales, aun siente en sus manitos ya adultas las caricias de mamá y papá.
Para Raúl Borges Álvarez,, resulta inagotable su andar tras la justicia que se anteponga a la injusticia, de manera que, más temprano que tarde, su pequeño Ernesto Borges Pérez, logre contemplar sin barrotes de por medio, la luz del sol reflejada en el rostro feliz de su madre enferma.
Liberados del sufrimiento que infligieron las ataduras de
tan penosa separación.
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